Al último cómico de España

Cuando me preguntan cómo era Quique San Francisco siempre digo lo mismo, “un cómico autentico”, y realmente era eso lo que le definía, su autenticidad, su unicidad; un hombre demasiado sincero y noble para una sociedad encanallada en el adoctrinamiento político más infecto de los últimos 40 años. Yo le conocí en los últimos tiempos y noté su decaimiento por el abandono al que le abocaron sus colegas de profesión que no soportaban ver en él a una persona indómita y verdaderamente libre. Ahora el Ayuntamiento de Madrid le ha engalanado con un emotivo y merecidísimo homenaje cambiando el nombre del teatro Galileo por el suyo propio, pero a título póstumo. Ahora bien, dejando a un lado las dádivas postreras, es de suma importancia resaltar porque el humor de Quique era algo especial que ha dejado un profundo vacío en el mundillo del escenario y las bambalinas.

Quique San Francisco poseía un gracejo y un humor naturales, de los que no se aprenden, de los que surgen de la genética, algo increíblemente valioso que lograba combinar con su forma de ser tan apacible y atrayente por ser despreocupada y hippiesca; con él nada importaba, cualquier problema era absolutamente nimio e intrascendente. Su humor carecía de intenciones ocultas o de intereses ideológicos o partidistas, únicamente lo hacía porque le brotaba del espíritu y porque su vida era hacer disfrutar al público.

En este sentido, la risa que provocaba en el espectador era limpia y simple, sin sospechas ni reflexiones. Nos brindaba a todos con espectáculos basados en experiencias vitales y su guion nunca estuvo al servicio de ningún gremio sino únicamente del fan o seguidor que era el que realmente le alimentaba con su alegría. Digo que Quique era el último cómico de España porque no estaba contaminado con falsas filosofías progresistas, su humor era puro, verde, mujeriego y sin ambages, en definitiva, libre.

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